CRONICA DE LA MARATON DE VALENCIA.POR MARCELO ORTEGA
Bueno, pues ya está, hemos pasado el trago (malo y bueno a la vez) de estrenarnos en una maratón. La crónica de la carrera del domingo es difícil de escribir, porque fueron muchas las cosas que pasaron (y que nos pasaron por la cabeza) en las más de tres horas y media que estuvimos echando las piernas hacia delante. Es una carrera espectacular, y solo se puede hablar bien de la organización, el ambiente y el recorrido de Valencia. En especial, muchos tramos donde el acompañamiento de la gente es indispensable para coger ánimos, sobre todo al final, los últimos seis o siete kilómetros.
Pero empecemos por el principio...
El compañero Juan Ángel y un servidor salimos desde el cajón naranja, aunque a pesar del gentío, en seguida podemos correr cómodos. Demasiado, quizá, porque pusimos un ritmo alto, bajando incluso de los 5 minutos por kilómetros (había que recuperar el tiempo de la parada técnica para orinar, claro). En el maratón te aconsejan empezar con prudencia, medir fuerzas, y yo creo que hicimos todo lo contrario, sobre todo por el entusiasmo de estar corriendo la carrera que tantos días llevábamos preparando. El buen tiempo y el trazado ayudaban a que los primeros kilómetros cayeran deprisa, sin hacerse pesados. Hasta se podía hablar (y decir chanzas, claro).
Con las referencias de hacer la maratón en tres horas y 45 kilómetros, empezamos siempre mejor, dos minutos por encima, tres, con una media de 5,10 por kilómetro. Pasamos la zona del puerto, el centro de la ciudad (donde encontramos a Pedro), la avenida donde está Mestalla, y al final la avenida que más larga se hace (¿Tres Creus?), donde está el BioParc y el Hospital de la Fe. Es la mitad de la carrera, la media maratón, y es donde ya se notan los primeros síntomas de desgaste. Después empiezan a hacerse más duros los kilómetros; si antes parecían pasarse rápido, ahora parecen durar más, así que hay que coger fuerzas de donde empiezan a faltar para no bajar el ritmo, y sobre todo no dejar de hidratarse. Llevas más de 25 kilómetros y te quedan más de 15, y solo pensarlo pesa en las piernas
El último tercio de la carrera tiene el famoso “muro”, la barrera física y mental que, según dicen, aparece siempre. Y aparece, vaya si aparece, sobre todo porque a partir del kilómetro 37 empiezan a verse muchos corredores caminando, algunos atendidos por los servicios médicos, algún otro vomitando... La carrera deja de ser alegre, pero la cosa dura poco (ahora escribiendo, porque no duró poco), y a partir del kilómetro 39 la gente que anima te ayuda a ver que te queda solo poco más de 15 minutos corriendo.
Desde el kilómetro 40, el ambiente es espectacular, a ratos, como en las carreras ciclistas, la gente casi hace pasillo de poco más de metro y medio para los corredores, y entonces sí te das cuenta que lo has logrado, que estás en el final, aunque las piernas parezcan estar ya en la Unidad de Cuidados Intensivos.
La entrada a meta es algo difícil de explicar. Baste decir que, aunque preveías la alegría de conseguirlo, no puedes prever que vaya a ser así, con la pasarela sobre el agua, la música, y las ganas de levantar los brazos (yo al menos los levanté) para darte cuenta de que sí, has llegado.
Supongo que cualquiera de los cuatro “locos” que hemos caído este año en la locura de la experiencia diremos lo mismo sobre la maratón: merece la pena. Como todavía nos deben de doler las agujetas a los cuatro, y todavía tenemos que pagar varios días más de castigo, supongo que nos pondremos muy “pesaos” con parientes y amigos contando la hazaña. En cualquier caso, me quedo con la idea de que después de varios meses de entrenar con esta carrera en mente, de muchos sacrificios, verte llegando y cruzando meta es suficiente recompensa. Lo mismo que pensamos todos cuando corrimos los 10 kilómetros por primera vez, luego 15, luego 21... Espero que el año que viene podamos repetir, y que seamos más villalgordeños, claro. Entrenando, con paciencia, y con trabajo, se consigue. |